viernes, 7 de junio de 2013

Pues sí hombre,...

Pues sí hombre, la otra noche  volví de la filmoteca bastante tarde, y no es sólo que el último pase sea el más viable para que un hombre casado y con dos críos se vaya tranquilamente al cine, cuando ya ha dejado a los niños durmiendo. Además resulta que me he hecho a ir a esas horas, a la relajante quietud de las calles de los bares, solitarias cuando voy y bulliciosas cuando vuelvo, a ir escuchando música, la música que más me apetece al tiempo que camino y reviso los chats del Wasap o mando la “foto del día” a mis amigos. Incluso, muchas noches ese rato de desconexión con la rutina diaria acaba siendo mucho mejor que la propia sesión de cine, bueno, las películas alternativas ya se sabe, pero por 1’50€.

La otra noche volví de la filmoteca bastante tarde. Pilar estaba ausente leyendo sentada en el sofá del salón, aunque como digo, sólo su cuerpo parecía estar allí. Me senté frente a ella, sobre la mesa baja al lado de donde ella tenía apoyados los pies, y ni siquiera levanto la cabeza. Pilar debía estar lejísimos en ese momento, mientras yo la miraba sin decir nada. Así esperé un rato alguna reacción por su parte, pero nada. ¿Estaría enfadada?, quizá nuestra hija se hubiera despertado nada más salir yo en dirección al cine y tuvo que mecerla en brazos durante una hora hasta que por fin se durmió, no sería la primera vez.

-“Bueno, yo pensaba contarte que se han intentado ligar a tu marido, pero si no te apetece hablar me voy a lavarme los dientes”

-¡¡Cómo!! ¡Qué has dicho! Eh, eh, espera un momento. Me increpó mi mujer desde el sofá.

No esperé, puse pasta en el cepillo y Pilar tuvo que aguantar verme sonreír frente al espejo, mientras ella no dejaba de hacer preguntas apoyada en la puerta del cuarto de baño.

La peli había estado genial. En “El lado bueno de las cosas”, te das cuenta de que hay que ser positivos y seguir tú vida aunque tu mujer se acueste con otro, de que no todos los locos están en el psiquiátrico, de que hay poco camino del amor a la obsesión.

Salí del cine con los auriculares puestos, y me encaminé calle Concepción arriba escuchando “The gift of game” de Crazy town, esquivando a gente alegre y a una manada de chicas con invitaciones de los distintos pubs en una mano y un bolígrafo en la otra. Pasé lo peor, y estaba llegando a la Iglesia que hay llegando a Carretas cuando la vi venir hacia mí sonriendo. Que rabia, pensé, por la edad debía ser una de mis compañeras de enfermería de cuyo nombre nunca consigo acordarme, eran unas 120… De unos 25 años, morena con el pelo rizado cortado por debajo de los hombros, igual de alta o de baja que yo, más bien flaca, más bien guapa. Vestía unos vaqueros color claro, y una blusa blanca bajo una chaqueta rosa pálido, quizá demasiado discreta.

Yo, era yo vestido con una camiseta blanca, una sudadera negra con capucha, vaqueros y zapatillas.

-Hola.
-Hola. Respondí, devolviéndole los dos besos de rigor, tratando de recordar quién era.
-¿Qué tal? ¿De dónde vienes?
-Ah, nada. Vengo del cine.
-¿Del cine? Dijo, con cara de sorpresa.
-Sí, la Filmoteca en el Cine Capitol.
- Ah, y qué peli has visto.
- Pues una de esas raras que ponen ahí, ha estado bien… pero, ten cuidado, otras veces son malísimas.
Nos prestamos unas sonrisas de complicidad unos instantes.
-Y ahora, ¿dónde vas? Pregunto extrañada.
-Pues, me voy ya a casa.
Entonces la tragedia se precipitó. Lo debió ver en mis ojos.
-Que, soy Carmen.
(Dios que imbécil soy, pensé)
-Perdona pero es que no conseguía acordarme de tu nombre. Le dije tratando de mostrarle mi claro arrepentimiento. Sin embargo, ella se lo tomó bien y sonrió en lugar de sentirse decepcionada o algo por el estilo.
-Es que no nos conocemos. Dijo, sin poder aguantar la risa.
-Ah…, pues yo soy Pedro, Repliqué escuetamente, dejando patente que me había dejado fuera de juego. Seguro que no pasó ni un segundo, pero en aquel brevísimo lapso de tiempo dos millones de mensajes cruzaron de un lado a otro mi cabeza, arrojando todos ellos un único resultado.
-Pero si te vienes, nos tomamos algo. Continuo rápidamente, viendo que yo no atinaba a decir nada.
Entonces, y ya os digo que todo pasó muy rápido, levanté mi mano izquierda mostrándole mi anillo de casado, y le dije: –Es que yo me voy a casa con “mi mujer” Enfaticé en tono irónico, intentando justificarme y evitar así ofenderla.
-¡Ah, bueno!... Respondió, tapándose la boca en señal de sorpresa ante su torpeza. -Vaya, entonces nada, perdona…

Carmen se marchó diluyéndose en la noche mientras yo seguía calle arriba hacia donde mi vida me esperaba, pensando "Pues sí hombre, no tengo ya bastante..."

Un fuerte abrazo a todos,
Pedro Serrano

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